miércoles, 29 de abril de 2009

Liturgia Sacerdotal


Volvemos de la pausa con renovados ánimos por lo fructífera que se puso la charla en los comentarios anteriores.

Para alguno que caiga de colgado en este post hay que aclarar que nada se entenderá si no se leen, por lo menos, el de Pueblo de Sacerdotes, el del Acolitado Ministerial y el Banquete del Athonita todos con sus comentarios (aunque, de nuevo, lo ideal es ver cómo viene el tema respecto de la liturgia y del sacerdocio).

Para continuar con la idea que venía intentando expresar debemos hacer un alto descriptivo para que se vea, en cuestiones puntuales, las diferencias de fondo apuntadas. Esto tiene como única finalidad el describir un poco, desde la óptica de un fiel, como se vive este tipo de liturgia. No estoy capacitado para explicar la corrección o no de cada cuestión litúrgica.

Con tal fin voy a tomar como parámetro de uno de los criterios a la misa Solemne del rito Tridentino tal cual la conocí (es decir con modificaciones hasta Juan XXIII) y la misa según el novus ordo tal cual la percibimos habitualmente.

Aclaro que no tomo como ejemplo las liturgias orientales (que quizás sean más representativas de lo que quiero mostrar como dimensión cultual casi exclusiva) porque puede llevar a alguna confusión sobre el fondo del asunto. Tampoco tomo como ejemplo la misa tridentina rezada porque, como veremos al final y ya adelantamos, desde esta perspectiva se encuentra más cerca del novus ordo que de la otra.

Durante todo el inicio de la Misa el celebrante y sus ministros rezan las oraciones al pie del altar mientras que los fieles cantan otras cosas (el introito, el Kyrie y el Gloria) existiendo un mínimo diálogo entre el celebrante y los fieles (los demás son sólo entre el sacerdote y los ministros). Lo mismo ocurrirá en el ofertorio (que mientras el celebrante reza en silencio los fieles cantan la antífona) y el Canon (precedido por un pequeño diálogo entre el celebrante y el pueblo que se queda cantando el Sanctus mientras el cura sigue). Todo seguirá en silencio hasta el Padre Nuestro que genera un poco de diálogo que se mantiene hasta el Agnus Dei donde los fieles vuelven a cantar mientras el cura sigue con lo suyo. Luego viene la Comunión, la bendición y la despedida.

Es decir, la tónica de esta liturgia está dada por el hecho de que el sacerdote y sus ministros "celebran" mientras los fieles "presencian" con cantos o silencios pero muy pocas veces "acompañando" al celebrante en sus oraciones. Piénsese que antes la única Misa era la solemne dominical, los fieles ni siquiera tenían acceso al misal (en latín) y mucho menos a las traducciones (ya de la época de Pío XII). Es decir, el fiel "asistía" a una celebración de otro (que ocurría lejos, en latín y con gestos que no se veían).

En la misa según el novus ordo toda la liturgia (salvo algunas partes donde se recomienda hacerla en silencio o mientras los fieles cantan) está ordenada a que el fiel "participe" en todos los diálogos y oraciones. Por la misma razón es que la misa "dialogada" o rezada según el rito tridentino con las traducciones de los textos y misales para todos los fieles, fue un gran logro del ala "pastoral" en tanto hacía participar al fiel de "toda" la liturgia. Algo similar ocurre en las actuales misas solemnes donde, a diferencia de las tridentinas donde el cura comienza el canto y lo sigue rezado, todos cantan juntos y nadie reza nada hasta que las partes cantadas se terminaron de cantar.

Lo que quiero remarcar es que existen dos concepciones litúrgicas completamente diferentes en la cual; a una los fieles "asisten" mientras los ministros "celebran" en tanto que en la otra es toda la comunidad la que, unida, celebra presidida por el sacerdote.

¿Y cuál es la válvula de paso entre una liturgia y otra? Pueden ser varias pero la que veo más nítida es la del "sacerdocio universal de los fieles". Dependiendo qué sentido se le atribuye a esta expresión, que consecuencias litúrgicas se desprenderán (aclaro, como lo dije en el post específico, que los propulsores de la idea en la "nueva teología" se horrorizarían al ver las derivaciones que le han dado a sus ideas).

Y ahora retomamos al vuelo varias de las cuestiones que se dejaron dispersas en el post sobre el sacerdocio universal señalando algunos marcados abusos que surgen de una y otra postura.

Si es la comunidad la que celebra el sacerdote simplemente "preside" la celebración (con una diferencia sólo jerárquica).

Si la comunidad celebra debe entender cabalmente lo que celebra y habrá que hacerlo en su propio idioma, carece de sentido una "lengua litúrgica".

Si la comunidad es la que celebra carece de sentido que un cura celebre una misa solo, sin comunidad.

Si la comunidad es la que celebra se entiende que el sacerdote la mire a ella y no para otro lado.

Si la comunidad es la que celebra el cura tiene una función, como tantas otras y debe promover las funciones de los miembros (por ej. dejar que ellos administren la Eucaristía).

Si la comunidad es la que celebra "todos" deben levantar las manos, "todos" deben tener una función, etc.

O, para el otro lado:

Si los que celebran son los ministros y yo sólo "asisto" es lo mismo que cante o que rece el Rosario durante la Misa.

Si los que celebran son los ministros y yo sólo asisto la Misa es sólo "cosa de curas".

Si los que celebran son los ministros y yo sólo asisto para qué interiorizarme en el Misterio.

Si los que celebran son los ministros y yo sólo asisto no es tan grave que no "asista" (mando a las mujeres y los niños).

Y podemos seguir largo y tendido de un extremo al otro del péndulo. Dom Guéranger; San Pío X y otros advirtieron que existía una crisis grande entre la Liturgia y los fieles. De allí hasta aquí ha pasado mucha agua bajo el puente y las cosas no parecen estar todavía claras.

Una correcta y tradicional comprensión de lo que significa el "sacerdocio universal de los fieles" puede ayudar a encontrar el equilibrio y a eso apuntaba.

Pero quedan muchas cuestiones en el centro.

Y entonces volvemos ¿La Liturgia se hace o se recibe (o un poco y un poco como dice el Concilio)? ¿Hay que llevar a Dios a los hombres o a los hombres a Dios? ¿Hay que encerrar el Misterio o domesticarlo?

Y algunas otras que ni me atrevo a formularlas...

Natalio

viernes, 24 de abril de 2009

Recreo comunicacional en el debate litúrgico


No me gusta hablar de temas que no conozco pero Rome (con quien solemos tener pocas coincidencias) me insistió a raíz de un viejo comentario. Tómese esto como dicho en una charla de café (aunque tomando un bella Imperial).

Viene bien para detener por un ratito las charlas demasiado religioso-litúrgicas-clericales (aunque se están poniendo cada vez más ricas e interesantes y continúan en los comentarios del post anterior).

El asunto trata sobre el Proyecto de ley de servicios de comunicación audiovisual.

Aclaro primero que el proyecto es demasiado largo como para leerlo íntegro por lo que las opiniones que vierta deben ser tratadas como mi primer (y última en principio) aproximación al tema.

Van comentarios a medida que surgen de la lectura superficial:

Lo primero que aparece, ya en los primeros renglones, es que se trata de un tema muy complejo porque se mezclan muchos intereses distintos (que van desde lo económico hasta lo público, pasando por la moral y la educación). La doctrina social de la Iglesia ha hablado bastante sobre el asunto y me parece ese un buen comienzo para afrontar la temática.

Es verdad que la situación de los medios de comunicación de hoy dista de ser transparente y clara como debería. No tengo una idea formada sobre cómo debiera ser la estructura (quién y con qué requisitos puede ser dueño de un medio de comunicación) pero me parece claro que hay algunos monopolios nocivos y peligrosos (el existente en el fútbol, que se menciona en el proyecto, es realmente escandaloso). Y me parece bien, en este sentido, que no se den licencias a sociedades por acciones que no permiten conocer la identidad de sus dueños.

Me parece de horrendo país bananero el empleo de etiquetas ideológicas en proyectos oficiales tales como "década del noventa" o "dictadura" para tachar, de modo automático, lo que provenga de aquellos tiempos. Debemos entender que las instituciones y las normas no obedecen a personas o tiempos, son buenas o malas por su adecuación con la naturaleza de las cosas o no y no por provenir de tal o cual gobierno o de tal o cual persona. Máxime cuando a ello se le suma el hecho de que este gobierno ha desempolvado normas de aquella época para usarlas a su antojo (como la ley de abastecimiento o la prohibición de las cláusulas estabilizadoras de la ley de convertibilidad).

Se hace bandera de la libertad de expresión quitando las restricciones de seguridad nacional. Si la palabra libertad se utilizara en su sentido real que, para el caso podríamos definirla como: posibilidad de recibir, difundir e investigar informaciones "públicas, verdaderas y permitidas" estaría bien. Cuando esa libertad no tiene límites concretos en su mismo enunciado, es un verdadero espanto. Esa libertad, así enunciada, permite afecciones a la intimidad de las personas diciendo lo que se quiere de quien se quiera (como el recordado caso Balbín que llegó a la corte, pero pueden poner cualquier programa de chimentos de la tarde); intromisiones en informaciones confidenciales o reservadas (como causas judiciales reservadas, secretos de sumarios, documentos oficiales no-públicos, etc); apologías de delitos y difamaciones; etc. y todo sin tener que afrontar responsabilidades en tanto se utilicen los requisitos de estilo (utilizar tiempos potenciales, indicar que viene de otra fuente, etc).

Las "cuotas de cine nacional" tampoco me gustan. En general no me gustan las "cuotas" obligatorias sino que prefiero los méritos o dignidades adaptados a una función (sea de las mujeres en legislaturas, los empleados en la conducción, etc.). En el caso del cine nacional, creo que su "sobreayuda" (con fondos, licencias y otros auxilios) lo ha perjudicado notablemente. Hoy cualquier pelafustán agarra una cámara, filma un par de cosas, le pone una música sentimental-grasa-crocante, se detiene en algún diálogo sin sentido y con alguna mala palabra que le otorgue "color autóctono"; y resulta que no importa que su película no la quiera ver ni su madre, a él le pagaron con los fondos de incentivación al "cine argentino". Tampoco me gustan las industrias cinematográficas donde la acción y el marketing no dan espacio a lo artístico pero debe haber un punto intermedio. Y, hoy por hoy, tomando porcentajes, el cine argentino es una porquería. (recuerdo que estoy hablando de balde, pero lo hago con amigos tomando birra.... che, llename el vaso que está pinchado).

Se pone a la moral cristiana como un "límite subjetivo" proponiendo, en cambio, criterios objetivos y establecidos por la ley. Esto es francamente una burrada. En primer lugar si hay un criterio moral objetivo es el cristiano, tanto es así que países, gobiernos o pensadores no cristianos lo han puesto como paradigma moral. Todo nuestro ordenamiento jurídico está basado sobre el sistema de la moral cristiana porque es nuestra idiosincrasia. Lean a cualquiera de los grandes civilistas y encontrarán que "orden público y buenas costumbres" se entienden siempre en todo nuestro ordenamiento jurídico como adaptación de los principios de la moral cristiana (que, por otra parte, son los de toda la cultura occidental). Y en segundo lugar, establecer criterios "legales" para juzgar el contenido moral de contenidos es, además de impropio utópico porque requeriría una casuística inmensa que excede el marco de cualquier reglamentación. Justamente la "objetividad" se logra buscando "otro" sistema completo de moral, y cuya autoridad y criterio provengan de "otra" fuente.

Bueno, llegué a la mitad del cuadrito comparativo y ya me quedó demasiado extenso. Por lo pronto, espero haber cumplido un poco con Rome.

Después de la pausa........ regresamos con el sacerdocio universal y la liturgia (que sigue interesantísima en los comentario).

Natalio

martes, 21 de abril de 2009

Bello Banquete Sacrificial en el Athos

El Athonita nos ha mandado su homilía de Jueves Santo como había prometido.
Como viene bastante a cuento de lo que venimos charlando sobre liturgia sirve como aperitivo (aunque sea mucho más sabroso y nutritivo que los platos que se sirven por aquí) a la continuación prometida.
Aclaro que el "publicador oficial" del Athonita es el Wanderer, puesto blogístico que respetamos.
En lo personal me han gustado mucho y me dejaron pensando los últimos párrafos referidos a la Belleza como punto unitivo.
Natalio



¡Persevera en la paradoja y accederás al Misterio! decía un antiguo aforismo alejandrino.

Semana Santa es tiempo de paradojas, que el creyente debe sostener y no distender. Arrancamos el Domingo de Ramos superponiendo los ‘hosannas’ con los ‘crucifícalo’, brotando ambos de nuestras mismas entrañas. Y contemplando al Rey de la Gloria montado en un cría de asno. Señorío y humildad apretados en un mismo Rostro de Luz.

Pero la Semana avanza hacia su corazón, su médula, donde estamos arribando en este atardecer, Vísperas de su Pasión, como dirá el relato eucarístico.Y por tanto, al corazón y mayor espesura de la Paradoja también.

Llegados a “la Hora”, como la llama el Señor, la Iglesia no sabe bien qué cara poner en estos días... si estar de luto o de fiesta, si gozarse o entristecerse, si disfrutar el Misterio o dolerse del Drama en juego. Y ante esto, puede o intercalar rostros circunspectos con gestos distendidos o peor aún: buscar una mueca intermedia “ni muy-muy, ni tan-tan”...
Y no puede pasar la Verdad por ahí. No sólo porque ninguna impostación es feliz, si no porque la Verdad del clima a sintonizar no se da a mitad de camino entre el circo y el velorio, ni entre la risa y el llanto. No es combinando mitades sino conjugando enteros... Ante la paradoja, la mayor tentación siempre ha sido el “masomenismo”.

Pero claro: no es nada fácil dar con el clima, con la atmósfera, con la presión y temperatura precisa de esta Cena ritual en Noche última del Maestro. Menos aún: dar con un término que pudiera expresarlo. Tranzar con alguna palabra sería justamente negociar con esta suerte de espantosa y aparatosa “síntesis” procurada.
Sólo coincidiendo opuestos, acoplando contrarios, podremos acercarnos al asunto.

Juntando la tristeza a la alegría, la solemnidad a la intimidad, la confidencia con la distancia infinita, los regalos con los reclamos, el don con la consigna, puede avanzar la sospecha, la inasible intuición.

Hay en la Cámara alta un clima tenso y denso. De esos que se cortan con cuchillo... El Señor está serio y es grave su semblante.

Hay en la Cámara alta un clima íntimo, familiar, entrañable. De esos que ofrecen cobijo y refugio... El Señor está desarmado, vulnerable, confidente.

Simul, et sub eodem misterium....

La Cámara alta atrae y aterra a la vez. Uno no se iría jamás de allí. Pues todo destila un ‘algo’ gozoso tan intenso como el dolor que sin disimulo se respira en cada mirada, en cada gesto, en cada timbre de voz.

Pero no sólo la atmósfera es inefable, sino el Acontecimiento. Estamos esta Noche ante una de las más intensas paradojas de nuestra fe, que podríamos materializar señalando el bloque de piedra en torno al cual nos hemos congregado. Es el centro de la escena. Es el escenario del Acontecimiento. ¿Y qué es? Otra vez, optar sería distender y traicionar. Se trata de la Mesa de un Banquete y del Altar del sacrificio: “simul”, a la vez.

¿Cómo lograr hacer foco superpuesto sobre estos contrarios superpuestos?
Es un escarpado ejercicio contemplativo, casi óptico...
Si uno se acerca con calma y demora y hace despacito un progresivo ‘zoom’ sobre La última Cena termina notando algo imprevisto... como cuando a uno, acostumbrado a ver una figura blanca sobre negro, le dicen: ahora, mirando exactamente lo mismo, enfocalo al revés: lee o contempla lo negro sobre blanco...

Quien hace este ejercicio visual sobre la Última Cena percibe con vértigo que se trata del Gólgota... que en nuestra prolija agenda de viaje figura al día siguiente...

¿Cómo es esto? ¿Qué ha ocurrido con el itinerario?
Olvidamos que para el Génesis y para la Liturgia los días comienzan con las Vísperas. Así los días de la Creación, así el Shabbat, así nuestros domingos... así el Sacrificio del Amor Extremo, la Muerte en Cruz de nuestro Salvador.
Sí: la Misa de la Cena del Señor no son sino las Primeras Vísperas del Viernes Santo, su avant-premier. Más que su “adelanto” es su inicio, pues el Día se inicia a esa hora... como en las Vísperas de la Pascua judía, en la explanada del Templo se degollaban los corderos para ser comidos al día siguiente.

Solemos decir que toda Misa celebrada durante el año es prolongación o eco de esta Misa, de esta Cena. Que es la reactualización de la Última Cena. Y es correcto. Pero no puede decirse esto sin notar a la vez que esta Cena es la pre-actualización del Gólgota. Y que si nuestras Misas son un espejo de aquella Cena, esa Cena estaba espejando a su vez la Muerte en Cruz del día siguiente.

De modo tal que nuestras Misas son un espejo orientado a otro espejo... y por doble espejo damos con el Acontecimiento fontal de lo que celebramos: la Muerte de Amor de Jesús. Su Cuerpo entregado, su Sangre derramada. Cáliz y Patena portando lo Uno y lo Otro, separados, en signo fehaciente del sacrificio consumado.

Eso ocurre de un modo central y fontal sobre el Madero del Viernes; de un modo antecedente, sobre el ara del Jueves, y de un modo consecuente, en cada Misa.
Pero entonces, ¿no quedó la paradoja volcada sobre el sacrificio en detrimento de la cena? No. Por la sola razón de que lo que pende del Madero al Mediodía de la historia es un banquete suculento: un festivo y deleitoso ‘¡coman y beban!’
Para aceitar la paradoja de este único misterio pascual hay que subirle el tono de drama al Jueves y subirle las tonalidades de fiesta al Viernes...
O enfocado desde otra visual: hoy jueves celebramos de modo concentrado lo que de modo desglosado celebraremos el viernes por la tarde y el sábado por la noche.

La Eucaristía es ciertamente una Comida. Pero no se trata de cualquier comidita simpática entre amigos. Se trata de una Comida ritual donde —con tremendo y fascinante vértigo— comer una Víctima inmolada que abre sus propias entrañas para ofrecerlas en alimento, como el pelícano picotea su pecho hasta hacerlo brotar sangre, para morir alimentando a su famélica cría.
Sí: es banquete, es comida, es cena. Pero el plato servido es un Costado traspasado, del que brota Sangre y Agua... y al que se prende el cristiano de todo tiempo para comer y beber de Aquel que muere partido y desangrado en alimento.

Tras este rodeo, volvamos a nuestra pregunta inicial: ¿cuál es entonces el clima de esta Noche? Es el que debería envolvernos todo el año en nuestras Misas: un peculiar clima de radiante dolor, de gozo contrito, de gratitud y deuda. Un estado de conmoción que nos hace felices. Pero una felicidad que no mueve a las palmas y carcajadas sino al sereno estremecimiento.

La Liturgia de la Iglesia, cuando logra ‘poner a punto’ esta “coincidentia oppositorum”, logra llorar con alegría, logra gozarse con dolor, logra —sin impostaciones— celebrar con superpuesta gracilidad y gravedad, con lúdica seriedad. Heridos y radiantes. Con vértigo y parresía.
Distanciados a la vez del penoso e inerte hieratismo como del liviano divertimento que procurara hacer de la Misa una fiestita cotidiana, reunión de amigos para picar algo... Ambos ‘distendimientos’ de la tensa paradoja han roto el ‘encantamiento’ que sólo sobrevive si los opuestos conservan su brío y enjundia. Ambos han desvanecido el vértigo, que es el clima en que cuaja el Misterio en el corazón humano. Ambos —por caminos opuestos— han domesticado el Misterio.

Tal vez haya un nombre, un solo nombre que se aproxime a esta paradoja. Y se llama Belleza: la atrayente y gozosa experiencia de lo terrible.
Y si es Belleza, no hay más que acogerla con receptividad. No conquistarla, no atraparla. Menos: intentar domesticarla.
Por eso, cuando se habla hoy tanto de las “actividades” de Semana Santa se emplea un término horrible e infeliz. Porque no hay nada que “hacer” en estos días. Más que deshacer vallas y murallas para que el indomable Misterio de Belleza logre alcanzarnos y nos encuentre con la guardia baja, en la porosa irresistencia.
Si así nos halla, este Misterio, por Sí mismo, nos otorgará la vivencia inefable de “esto”, que es Drama y Fiesta, Banquete y Holocausto, Boda y Sacrificio, en superpuesta y explosiva conjunción.

Y si somos alcanzados, somos salvados.
El Athonita

miércoles, 15 de abril de 2009

Acolitado ministerial



En el último post sobre el sacerdocio universal de los fieles hice mención a un antecedente cabalístico del asunto y prometí realizar su extensión litúrgica.

El de hoy es una continuación de aquél sin ser todavía lo prometido, es decir, será una especie de preámbulo o introducción.

Ocurre que todos estos temas uno los aborda desde un lugar subjetivo, condicionado por propios conocimientos y experiencias. En mi caso particular, mi amor por la liturgia ha producido diversas aproximaciones y lecturas pero nunca un estudio o una investigación sistemática y exhaustiva. Quiero decir, no soy un experto ni muchísimo menos; simplemente intento aportar una visión intermedia entre el fundamentalismo ideológico progresista y el conservadurista (que se camufla de tradicionalista).

Para ello, y para amenizar un poquito esta serie de post medio acartonados, introduciré el tema con confesiones autobiográficas para que se vea con claridad desde donde uno arriba a estos caminos.

Antes de comenzar quisiera hacer dos aclaraciones. La primera es que para entender el sentido de este post se hace necesario leer todo lo que fuimos adelantando sobre el sacerdocio (o al menos el último sobre el sacerdocio universal de los fieles) y sobre liturgia (en especial el de la Liturgia Futbolera con sus comentarios). La segunda es que no quiere ser este post más que un relato sin juicio de valor acerca del problema general en tanto no estoy ni mínimamente capacitado para hacerlo. Como en todo en este blog (y aunque le debemos una respuesta a Mary al respecto) no intento enseñar (no puede enseñar el que no sabe) sino, tan sólo, mostrar por dónde camino.

De niño mi profesión era la de acólito o monaguillo. Gracias a una sabia decisión de mis padres, concurríamos a todo tipo de liturgias (todas católicas por supuesto) que iban desde la misa tridentina de los lefes a las misas superprogres de mi colegio pasando por toda clase de misas intermedias (vale decir, "novus ordo" con todos los chiches). En todas ellas yo era monaguillo y, como es evidente, percibía como las más opuestas la lefe con la progre de mi colegio.

Desde mi perspectiva las diferencias importantes radicaban en si mi "roquete" tenía más o menos adornos, si utilizaba una suerte de "albita" blanca (valga la redundancia), una sotanita roja o lo hacía "con lo puesto"; si tenía que estar más atento a los detalles y pequeños ritos o las posiciones serían menos estrictas y relajadas; si tenía que tocar diez veces (más o menos) la campanilla o solamente una; si tenía que decir "amén" al recibir la Comunión o no; si debía contestar en latín o en castellano; etc.

Incluso recibía algún grado de instrucción tanto de los lefes, como de los progres, como de los "línea media". Recuerdo los esfuerzos que me representaba el memorizar los mínimos movimientos y ritos según se tratara de una Misa "Solemne", "Cantada" o simplemente "Rezada" (uno de los instructores era, entonces, un joven clerical, hoy sacerdote sedevacantista "integrista", una verdadera pena).

Entre estas cuestiones pasaba todo este (pequeño o inmenso según el punto de vista) segmento de mi diminuta existencia. Ya allí comenzaba a imprimirse a fuego el estigma perpetuo: "progre para los lefes, lefe para los progres". Percibía todas las diferencias puntuales entre los diversos ritos y escuchaba a variadas personas en mi casa hablar de ello, por lo que todo me resultaba bastante natural. Se trataba, simplemente, de ritos diferentes de una misma y Santa Misa.

Pero esta percepción de meras diferencias puntuales comenzó a cambiar un día, en un momento y con una conversación. Allí empecé a intuir algo que se iría agrandando con el tiempo y las lecturas: existen dos visiones casi antagónicas (o no, como pareciera buscar el Papa) de la liturgia.

Empecemos por el hecho.

Un día volviendo en auto solos con mi madre (mi modelo espiritual) charlábamos sobre alguna cuestión de la Misa. Allí me dijo una frase sencilla que me quedó gravada para siempre (como tantas otras que ella ni recuerda ni imagina): ¡Qué gracia tan grande la tuya de poder estar tan cerca en el momento de la consagración!

Eso me abrió y me sigue abriendo millones de pensamientos e interrogantes pero en lo que más me marcó fue el darme cuenta, en mis pequeños diez años de vida, que las dos liturgias diferían en algo esencial. Mientras que en la liturgia Tridentina la consagración era casi un secreto entre el sacerdote y yo (en tanto los fieles sólo observaban nuestras espaldas en silencio y sin escuchar nada) en el novus ordo (y más allá del respeto por las rúbricas del misal en este punto) era un hecho público que todos veían. Mientras en la Misa Tridentina veía inclinarse hasta casi tocar el altar con la cara mientras que, como un susurro (en el que parece que sale más aire que sonido de la boca, como si las palabras flotaran en el aliento que caía y abarcaba envolviendo la Hostia sostenida en sus manos), decía: Hoc est enim Corpus Meum, en la "Misa nueva" todos veían al sacerdote tomar la Hostia, y escuchaban (más alto o más bajo, más pausado o menos pausado, etc.) el: "Porque Esto es Mi Cuerpo".

Y aquello que advertí en la consagración no tardé en extenderlo al resto de la liturgia, encontrando dos celebraciones completamente diferentes en tanto que, si bien se asemejaban en muchos puntos, obedecían a distintas "filosofías" (o, en rigor, distintas "teologías").

Con los años, las lecturas y las misas comprendí al fin que la Misa Tridentina rezada (o dialogada) era el último (y más bajo) paso de una concepción que entiende la liturgia como un acto de adoración y alabanza a Dios celebrado por los ministros y al que los fieles "asisten" (siendo lo pastoral algo subordinado al culto) a otra que entiende la liturgia como una acción principalmente "pastoral" de acercamiento de Dios a los fieles que "celebran con" los ministros.

Esto explica infinidad de cosas que van desde el lenguaje litúrgico a las misas privadas, pasando por la música litúrgica, el comportamiento de los fieles durante la liturgia (el seminarista rezando el rosario durante la Misa que tanto asombró a Todoerabueno) y muchas otras cosas.

Desde aquí arrancaremos en el próximo post pero me interesa mostrar que existe un línea definida (que tiene nombres, apellidos, justificaciones, explicaciones, ideologizaciones, etc.) en la secuencia que abarca la Misa dominical única y solemne, las misas privadas, las misas cantadas, las misas dialogadas, las misas diarias, las misas en lenguas vulgares, las misas cara al pueblo, las iglesias circulares, etc. Los dos extremos hoy se pueden apreciar; en las liturgias orientales por un lado y en la misa más progre por el otro.

Creo que el Papa intenta un término medio o algo parecido. Quizás, en la misma línea del Padre Fabián haya que buscar la coexistencia de diferencias (parecido a lo que ocurre hoy con la posibilidad de los ritos católicos orientales, el rito extraordinario y el rito ordinario y siempre que se respeten los misales y rúbricas correspondientes) en las concepciones litúrgicas.

La seguimos luego.

Respetos Pascuales para todos los lectores.

Natalio

Pd: Me apena mucho que en las parroquias no se fomente la promoción y educación de pequeños monaguillos. Era una fuente de sana educación litúrgica, bellas vocaciones y apostolado familiar. Tanto Benedicto XVI como Juan Pablo II le han dado importancia al asunto. Es una lástima que se los escuche tan poco.